Super Wow no es cualquier peluquería. Además de la buena música, la amabilidad del personal, el orden en todo y el buen ambiente, hay algo más que la hace especial. Parecería que en Super Wow la mitad de las manicuristas son venezolanas.
Para poder conversar largo y tranquilo con una manicurista sin quitarle su tiempo de descanso, pedí una cita de arreglo de uñas en Super Wow, “ojalá con una venezolana”. Cuando Ada me saludó, pensé que no me habían cumplido mi deseo porque su acento no sonaba típicamente venezolano. “Es que soy de los Andes” me explicó ella. “¡Tu acento parece colombiano con notas venezolanas! ¡Qué bonito, nunca lo había oído!” le respondí sonriendo. Venezuela es igual de diverso, amplio y variado que Colombia y a veces lo olvido.
“Mi primer curso lo hice a los 14 años. No le presté mucha atención en ese momento, simplemente me gustaba. Luego de estar en la universidad y graduarme de contadora, ya me dediqué de lleno a mi profesión. Seguía haciéndolo como algo que me gustaba, no pensé que me fuera a dedicar a esto”. Llegar a Colombia en 2017 fue el cambio en la vida de Ada que la hizo considerar dedicarse a ser manicurista, algo que antes era su hobbie.
Ada viene del campo, del pueblo de Timotes. Creció en los Andes venezolanos en medio de una familia muy unida de agricultores. Gracias a eso, a pesar de la crisis de abastecimiento en el país, no les ha faltado alimento. Sin embargo, por la falta de oportunidades y las fallas en los servicios públicos, Ada decidió a sus 24 años emigrar a Bogotá “a probar suerte. A la aventura de conocer gente, hacer otras cosas, abrirme más al mundo”.
“No me dio tan duro porque ya me había ido a estudiar a la ciudad, ya estaba acostumbrada a no vivir con mis papás. Pero pasar 1, 2, 3, 4 meses sin verlos… eso sí era distinto, me dio más duro”. Ada llegó a donde unos amigos que la recibieron en su casa. Justo ese día, su amigo descansaba del trabajo y pudo darle el tour completo por la ciudad. Ada no llevaba 24 horas en Bogotá y ya tenía tarjeta de Transmi. No llevaba 36 horas y ya tenía trabajo como manicurista. “Fui muy afortunada. No es algo que le pase a muchas personas”.
A pesar de migrar, Ada ha podido visitar a su familia y amigos de Venezuela. Sin embargo, nunca es igual. Muchos de sus amigos han migrado y sus hermanos tienen ya sus propias familias. “No sabes cuándo los vas a volver a ver. Todos están regados por el mundo”. Y hacer nuevos amigos en Colombia también ha sido un reto, incluso entre los venezolanos de Bogotá. “Dentro de todo yo le apunto más a lo bueno”. Por ejemplo, lo que más le gusta de Bogotá es el clima porque se parece al de su pueblo. Además, últimamente empezó a jugar voleibol y a visitar pueblos alrededor de la ciudad.
Mientras Ada trabajaba – con gran habilidad por cierto – sigo haciendo preguntas. Es una historia aparentemente normal, pero esconde particularidades en los detalles. Además, conversar con ella es ameno y divertido.
“Una vez me monté en el bus que no era. Le pregunté al chofer y me dijo que me había equivocado. Una señora me dijo ‘te tienes que quedar aquí’, algo así, yo no la escuché porque seguía hablando con el chofer. Y la señora me insultó porque pensó que la estaba ignorando. ‘¡Vete pa’ tu país!´. No le presté la atención que ella quería y quizá por eso se molestó. Esa ha sido la única vez. Llegué tarde al trabajo, hice lo que tenía que hacer y lloré mucho. Y ya después pasó”.
Esa experiencia negativa en Bogotá fue excepcional para Ada. Con los clientes y jefes siempre le ha ido bien. Sin embargo, sí ha notado que hay ciertos estereotipos de las personas venezolanas que, aunque no son necesariamente malos, eliminan la individualidad de cada uno. En su caso, hay dos presunciones, que no son ciertas, y siempre surgen: si llegó caminando y si tiene hijos. “La gente piensa que las venezolanas llegan todas con el kinder”.
Pero un estereotipo en el que sí encaja es el de trabajar en el sector de la belleza. “La verdad es que la venezolana es muy vanidosa. Es un negocio muy bueno, en Venezuela y a los países donde llegamos. Muchas personas nunca le habían apuntado a eso, pero lo han visto como un trabajo viable y se han ido formando. A mí me llamó la atención desde niña y me encanta, lo hago con bastante amor”. Pero Ada no quiere quedarse ahí. Le encanta la atención al cliente (soy testigo de ello) y quiere seguir profundizando en temas de gestión humana y administración para, algún día, tener su propio negocio.
Actualmente Ada está buscando opciones para volver a migrar y lanzarse a emprender. Sin embargo, sigue teniendo un vínculo muy fuerte con su familia en Venezuela y planea seguir visitándolos. Cada vez que mencionaba a su familia, se emocionaba y conmovía. Una de las cosas que más extraña son “las arepas de mi mamá”. En los Andes se come arepa de harina de trigo. “Para mí son lo mejor del mundo. A veces las hago pero me da pereza hacerlas sólo para mí”. Su comida colombiana favorita es la bandeja paisa porque es la más parecida a la de su región.
“Lo más importante de migrar es estar tranquilo y sentirse feliz. Sentirse un poquito en casa. Por eso escogí Colombia. Sé que no es igual para todo el mundo. Yo he contado con mucha suerte. Igualmente creo que hay que migrar con la mejor actitud”.
– María Isabel Giraldo