Andrés Eduardo Gonzalez Allazo

 

Nos encontramos con Andrés en el campus de la Pontificia Universidad Javeriana, una de las universidades más importantes del país, y estamos rodeados de estos edificios modernos y arquitecturalmente particulares. Son recuerdos de esta metrópolis que nunca deja de crecer, mejorar e innovar. Como Andrés siempre trabaja desde casa, él aprecia la oportunidad de salir de su apartamento en Suba y conocer un nuevo sitio en nuestra Bogotá diversa. Saca un paquete de tostones Don José, una marca de hojuelas de plátano frito con un sabor distinto que encargó de Maracaibo, su ciudad de origen, y los comemos y charlamos mientras el sol se esconde detrás de los rascacielos de la Javeriana. Empieza a contarnos de Maracaibo, la ciudad más grande y significativa del occidente de su país, además de ser el seno de la industria petrolera venezolana. Se siente el orgullo maracucho que Andrés carga dentro. 

Con su acento cantadito, parecido pero distinto a los de la costa colombiana, nos comenta que le encanta esta ciudad grande y cosmopolita y todo lo que le brinda. Nos dice que hasta el clima le gusta, lo cual nos hace reir un poco dados todos los comentarios sobre Bogotá siendo “la nevera” de este país. Para llegar acá, Andrés cruzó la frontera–o la raya–por tierra guajira y enfrentó varios problemas en el camino. Al intentar salir de Venezuela, la policía nacional de su país vio que Andrés y su familia tenían pasaportes vigentes, lo que significa que la persona tiene un poco más dinero, por lo menos en comparación con los caminantes que pasan por las trochas peligrosas de Norte de Santander y llegan a esta ciudad a pie. Tratando de extorsionarlos y no dejarlos pasar, los policías citaron algún requisito sanitario arbitrario que no tenía nada que ver. Sin embargo, Andrés sabía lo que requerían ellos. Sin querer perder su vuelo del lindo pueblo de Riohacha a la expansiva capital de Bogotá, cada uno tuvo que pagar 20 dólares–o 90.000 pesos colombianos–para pasar. “Trataron de martillarnos”, como lo describió él, pero al cruzar la raya y llegar a tierra colombiana sintió una cierta tranquilidad. Sintió una presencia del Estado que no preocupaba sino inspiraba. Eso fue hace un año y medio. Ahí empezó su nueva historia en el exterior, su primera vez en tierra que no era suya. 

Andrés es ingeniero civil, pero dada la coyuntura actual de su país se volvió estratega político y desde ese momento hace seis años, se ha empeñado en buscar un cambio más humano y sostenible para su querida Venezuela. Trabaja en asesoramiento, comunicación digital y varios temas políticos no solo en Venezuela sino también en México, Ecuador y próximamente en Colombia con las elecciones regionales en los meses que vienen. Aun así nos cuenta que anda “siempre teniendo la mente orientada a que Venezuela, a conseguir recursos, contactos y capacidades para incidir en el orden de cosas en [su] país” y nos dice que aunque “es imposible que una sola persona pueda cambiar el orden del país”, él quiere hacer su parte para sacarlo adelante y asegurarle un futuro más próspero. “Siento que yo quiero estar allá, que quisiera estar allá colaborando con mi país, colaborando con los temas que sea” pero no es tan fácil. En este momento Venezuela está pasando por muchas dificultades. Nos habla de la incipiente dolarización de su país que ha vuelto todo caro, de la dictadura y la persecución política, de la situación de seguridad, de la violación de los derechos humanos, de los pésimos servicios públicos, de los carros que están explotando por la mala calidad de gasolina que se vende y de todos los demás riesgos que corre la gente para sobrevivir. Así no podamos entender esta realidad desde el campus de la Javeriana ni desde nuestros apartamentos en Bogotá, nos toca empatizar, escuchar y recordar el gran privilegio que tenemos nosotros en este momento. “Nos fuimos sin querer irnos, es como que el país nos expulsó”. 

Giramos a unos temas más fáciles de abordar. Le decimos a Andrés: “Hablemos de cosas serias. ¿Has conseguido una buena comida maracucha aquí?”. Nos echamos a reír mientras seguimos comiendo sus tostones saladitos y crocantes. Aunque ya hablamos de los patacones maracuchos, las cachapas y las arepas venezolanas antes de empezar la entrevista–señalando la importancia de la comida para todos nosotros, ja, tal vez antojados después de comer esos tostones–nos dice que la comida es fundamental para él. “Bogotá es una ciudad con medio millón de venezolanos, si mal no recuerdo, entonces como que hay una cultura venezolana. Hay muchos venezolanos y sobre todo muchos maracuchos…entonces es genial tener esa posibilidad tan cerca de casa sin estar en casa”. Aprecia esta diversidad que ofrece la ciudad de Bogotá, y hasta nos recomienda un buen sitio para comer comida venezolana que se llama Parque San Roque Food Truck en Cedritos. 

Al contarnos más de la comida maracucha, la cual es muy particular y de hecho parecida a la comida costeña, sale un dato muy interesante en la conversación que nos une a los colombianos y los venezolanos: “Mira, Gabriel García Márquez decía que estos países los separaron mal. Decía que la costa colombiana debía ser parte de Venezuela y los andes venezolanos debían ser parte de Colombia, porque nosotros los venezolanos somos más parecidos a los costeños que a los rolos…los gochos [de los andes venezolanos] son más parecidos a los cachacos”. Es un momento bonito, un momento para reflexionar sobre nuestros dos países vecinos y nuestras historias compartidas. Aunque debatimos si la arepa es colombiana o venezolana, este mismo debate nos ilustra la estrecha relación que existe entre Colombia y Venezuela, entre los colombianos y los venezolanos.  

– Dalton Price

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