“Soy una chama”. Así empezó mi conversación con Valentina bajo la sombra de los árboles del Park Way, nosotros sentados en un banco y con el zumbido del tráfico bogotano en el fondo. Aunque es una economista súper calificada de Caracas y trabaja en Save the Children, una de las ONG humanitarias más importantes del mundo, ella no quería hablar de eso y en cambio empezó con lo importante: Su día a día, la cotidianidad detrás de la migración, la cual a veces no consideramos.
Entre risas y lágrimas, me compartió su experiencia en Bogotá y su búsqueda de un nuevo hogar en esta ciudad andina. “Vivía en grupo, hubo un momento en donde viví con puros varones, entonces claro había un tema de orden, de convivencia…” Se reía mientras me relataba el sistema de puntos que establecieron en su casa para que pudieran limpiar, y él–¡no ella!–que tenía menos puntos cada semana tenía que brindar almuerzos. “Esos son como detalles pero la verdad es que en esos detalles es donde uno va lidiando el día a día de la migración”.
Como también soy migrante, aunque de otro país, hablamos mucho de ese deseo de tener un sentido de pertenencia en Bogotá y hacerla un nuevo hogar. “Conseguir una nueva panadería…conseguir un sitio donde hacer mercado, son cosas muy tontas pero para mí han sido pasos concretos que me han ido dando un sentido de pertenencia”. Compraba flores para su apartamento, iba a cafeterías diferentes en la ciudad, buscaba quien le cortara el cabello y poco a poco iba haciendo su pedacito de hogar en Colombia. Quería su rutina, y aunque fue toda una experiencia, no fue nada fácil.
Después, se puso a reflexionar sobre sí misma: “Cuando te quitan tu familia, tus amigos, tu sitio, tu casa, todo lo que al final te conforma, más allá de lo que está por dentro de uno, que es esa esencia, te sacude quien eres… Empiezas a preguntar pues, ¿quién es Valentina sin su familia, sin sus amigos de toda la vida, sin su casa, sin su rutina? Y tienes que aferrarte mucho a eso que tu eres, como a esa esencia, a tus creencias, a tu fé, a las cosas que te mueven”. A veces pasamos por alto los aspectos personales de la migración y las reflexiones internas que debemos hacer. ¿Quién soy yo? ¿Qué hago aquí? Después de tener una normalidad e identidad constante por casi toda la vida, hay que reinventarse así no quiera.
Valentina todavía recuerda el día que por fin sintió esa pertenencia que buscaba. Viaja mucho por su trabajo, y un día durante uno de sus viajes regresó al Aeropuerto El Dorado de Bogotá: “Un día precioso, me bajé del avión, y vi al aeropuerto, y dije como … llegué a mi casa”. En este momento se puso a llorar un poco–y yo también porque la entendí–pero a veces dejar caer unas cuantas lágrimas es saludable. Fue un momento sublime en el parque ese día.
Sin embargo, no todo fue una experiencia bonita. Por varias razones complicadas, tuvo que huir de su hogar en Venezuela. Al principio se quedó sola en el país para terminar sus estudios en la universidad, aunque casi toda su familia ya se había ido. Quería trabajar en el sector público, pero se le complicó por la situación del gobierno y decidió trabajar en una ONG mientras seguía estudiando. Siempre ha tenido una vocación por el servicio, y se notaba la pasión en su voz mientras me hablaba. Pero llegó el día de irse de su tierra: “Fue un momento súper duro de esa persecución política … si no me voy, va a ser mi vida vs. el lugar en donde vivo…fue una decisión por mis derechos y por mi protección…”. No fue una decisión fácil para Valentina pero la tuvo que tomar rápido. “La mejor opción es no estar en mi país en este momento, es una opción muy dolorosa”. Entonces en unos pocos días y con mucho afán, empacó su vida en una maleta y media y se fue sin plan de volver.
Me dijo que no tiene familia en Colombia, pero era un país en donde había apertura a los venezolanos. Ella pudo vivir acá y tener acceso a la atención médica, la educación, el trabajo formal y un estatus migratorio regular. Le gustaría estar más cerca de su familia algún día, “pero por ahora Bogotá me recibe con los brazos abiertos”.
Cuando estábamos por concluir nuestra conversación, Valentina quiso dejarles un mensaje a los bogotanos: “Gracias…” Miró hacia arriba para formular bien sus palabras y contemplar sus casi 3 años en este país vecino. “Yo no sé si dedicamos suficiente tiempo a agradecer al país y a las personas que sin decidirlo nos tienen acá, queriendo o no, tocó. Hay que tomarse el tiempo para decir gracias…mi primer mensaje es muchas gracias. Valoramos esa acogida”. Valentina y los demás migrantes–tanto los venezolanos como los de otros rincones del mundo–estamos acá para aprender a vivir y convivir. Gracias por recibirnos.
– Dalton Price